2 de enero de 2007

Un cielo lleno de estrellas

Esa noche no fue así. El otro día, sí buscábamos contentos y algo ebrios, las constelaciones aglutinadas entre la vía láctea. Esa noche venía con mi pie lastimado caminando entre camino pedregoso y lluvia, me había despedido ya de esa linda niña del vestido rojo. Entré naturalmente de improviso a la casa rentada donde esperaba dormir, o acaso no, puesto mientras caminaba paralelo a la playa, con casas de por medio, deseé mojarme un pequeño rato en las olas, bajo la lluvia. Pues bien, entré y salí rápidamente, puesto mi cama era ocupada por una pareja que se daba caricias. En la otra cama, de otro cuarto, alcancé a atisbar sólo unos pies que se engarruñaban, no quise investigar más, y proferí: “llegué en mal momento, me largo”. Y me fui a la playa.
Era la noche del viernes, cercana a la media noche. Habíamos concluido casi nuestro gran festín de todo el día, mariscos a reventar, cerveza, brandy, tequila, las dos últimas que no probé por falsa prudencia. Luego, algunos se marcharon a seguir la bacanal a otros sitios del pueblo más cercano. Así, me marché de ese jardín donde sucedieron las mismas estupideces divertidas de siempre: jugamos a pelear, hicimos actos de vandalismo en el sitio, cantamos, nos contamos secretos cerca la alberca, discutimos banalmente nuestras conductas, y nos dimos la mano. De pronto se fueron para calmar los actos vandálicos del momento (una palmera había sido derribada) y me dejaron casi solo. Discutí otra vez en un arranque de “bien intencionado fascismo”, con una persona que era el chivo expiatorio del viaje -quería yo que ella fuera consciente de aparente apatía y malestar ante los demás-, al ver lo inútil de mi acción decidí irme a mi habitación, me despedí entonces de la linda mujer del vestido rojo junto a la puerta de su habitación, ella me dijo que si podía caminar y además que la lluvia estaba muy fuerte, le dije feliz que era el momento de ir a descansar mientras me iba.
Y realmente descansé, frente a esa pleamar lluviosa. Primero cuando llegué pensando tardarme lo suficiente para que salieran de mi cuarto aquella pareja ocasional, me quedé parado tembloroso un momento en la arena, observado quién había en la playa, pero estaba vacía. Sólo las luces de las casas y los hoteles a la lejanía, lo iluminaban todo endeblemente. El cielo estaba cerrado, a las estrellas, mas abierto en torrentes. Mi ánimo estaba tranquilo, me sentía contento, casi feliz, entonces, creo no sin hacerme cuestionamientos, que decidí que era el momento para llorar gritando como hace mucho lo necesitaba. ¿Pues qué no era el contexto adecuado? ¿Qué no era el mejor sitio para no ser juzgado?, podría bien serlo o no serlo, cualquiera puede opinar lo que quiera, yo lo quise así, porque mi dolor necesitaba ser expulsado a algo tan grande y salvaje con el mar de esa noche. Levanté mis puños queriendo lanzar rayos por ellos, lloré abrazándome, estando conmigo. Sí, lo reconozco, no me importa decir que busqué todo rescoldo de angustia para que fuese expulsada, toda tristeza que no ha sido olvidada. El mar de la soledad es el más entrañable abismo. La marea subía peligrosamente, llegó a jalarme varias veces, y pensé en Alfonsina. Cavé en la arena sentado y me afiancé en ella, las olas me lavaban calientes y la lluvia intensa me golpeteaba la espalda. Poco a poco, al unísono de la las gotas célicas, mi espíritu fue amainando. Deseé ya no estar solo, pude respirar por fin, la brisa tenía un perfume anhelado. El mar seguía tronando esténtor, majestuoso, terrible, imponente fraterno. Más de una hora le di al mar mi carga, él la recibió entre su oscuridad, su isla entre violencia. El agua a veces me la devolvía para que observara sus despojos y así, aprendiera
Me paré lentamente entumecido, lleno de arena, como si muchos kilómetros hubiese recorrido frenético. Me fui caminando de espaldas, realizando una despedida de hermanos. Sí, el mar condensó a mis hermanos caídos. Clemencia impresa en mi memoria.

Sky full of stars


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