De Dementia
“El Maligno perduró abstraído
De su propio mal y, por un rato, persistió
Estupefactamente bueno, de vileza desarmado,
De artería, odio, envidia y de venganza,
Mas el ígneo Infierno que arde siempre en él,
Aunque en mitad del cielo, pronto puso fin a su deleite,
Y con mayor tormento, cuanto más contempla
Los placeres no ordenados para él: luego, pronto
Odio fiero recolecta...”
Vs. 463-471, Libro IX. El Paraíso Perdido. John Milton
¡Lárgate Emmeleia, arrójate para siempre a la oscuridad!
Lo reconozco dolorosamente: te envidio con toda mi alma, ¡te odio infernalmente!, me repugna saber que tú puedes Ser como yo lo he deseado.
I
Es mi deseo, sólo revelar mi historia con vértigo, hacia la equidistancia arrogante y destructiva de la belleza versus fealdad; cual exegeta de estos ecos guardados en la enorme casa de arquitectura gótica, pintada por sombras asesinas, con paredes grifas de susurros, altísimas, agrestes en retablos robados. Musitar con las manos frías, liberar imágenes sobre la alfombra de pelambre agudo, justo en la alborada, tratando de no mentir.
El origen de los ecos se puede narrar desde una imagen estática, simple pero poderosa; en dicho instante, Ella está observando con el rostro atento y alzado, escurriendo por su cara la luz del gran domo en su habitación; su nombre: Eris.
No obstante, aún de ser contenida en un nombre que llama al prejuicio y la discordia, es una joven delicada y callada exteriormente. Su uniforme escolar la delata como posible símbolo de fetichistas deseosos de estupro. Pues su cuerpo es tentador cuando ella no lo ve. Cuando duerme.
Los corredores deslizantes de la casa, respiran murmullos reverberantes, etéreos, amplios y huidizos. Todo sonido emitido dentro, es reproducido sutilmente hacia la nada. Eris ha estado meditando todo el día, flagelándose sin saberlo con el recuerdo de la ira de su padre. Toda ironía proveniente de él, era amargada con el reproche estúpido de no haber sido ella, un hombre. Además, estaba Emmeleia, gozando de sus privilegios naturales. Hoy como siempre no la había visto, y no sabe dónde demonios duerme, para seguir con sus denigrantes ninfomanías y masturbarse hasta el hastío.
Nunca lo ha dudado, nunca la ha sorprendido, aunque su mente la sepa poderosa por imaginar la escena se puede descifrar claramente desde los signos escritos morbosamente en el cuaderno de notas de Emmeleia, el que cínicamente abandona en la habitación de las dos. Cuando su atención es inevitable, el cuaderno renegrido parece causar una lentitud en el tiempo; el suficiente para amargar el espíritu.
Ayer encontró una nota extremadamente perturbadora, al parecer Ella conoció hace tiempo, a un hombre que había llegado a seducirla poderosamente. Desde el saber que Ella ha sido acariciada, su temperatura la obliga a arrancarse su uniforme. La novedad de las páginas se extiende en sus muy profusos detalles, asquerosamente vívidos. Aquél le ha besado el vientre profusamente. La narración de la entrepierna hace crear muertos que se trepan. Sensaciones frías, absurdos de mediodía, delectantes.
Cerró el cuaderno desgastado. Apretó sus ojos fundiendo angustia y deseo, sufriendo por ser acariciada, por que su piel se inflamara por otra. Sus labios enrojecidos lanzaron lamentos por la nada, su pecho en espasmos delicados, se preguntó de dónde provendrá un día la deliciosa satisfacción al lado de un buen amor. Separó las piernas imaginando cabalgatas entre la lluvia. En salvaje electricidad por su vientre, movió su cabeza casi clavándola entre las almohadas. Diciéndole No, a la fantasía, resignándose fatalista a permanecer anclada en lechos arrasados, anacrónicos. Y una vez detenida la procesión de insectos fantasmales, la dejan suspirando tan triste. El llanto que deja ver en la segunda ola de sus emociones, forma una coro de lágrimas que cantan cual sirenas, embrujando instantes alucinados que navegan por su cuerpo.
Quedó desnuda, erizada, cargada de estática. De sus mejillas, lentamente se asentó su cabello hacia el fondo de la cama. Cómo quisiera no tener que invocar por las esquinas de su alcoba, al errático demonio que gustoso viene a consolarla.
Su abulia amorosa es tal, que nunca su boca ha besado nada dejándose ir, por el flujo hermoso de la incertidumbre; por la luz desvanecida ante el encuentro de almas anhelantes; por sentir corrientes marinas sin prisa, entre las piernas; por abrigar filamentos dorados danzantes, de flores vivas; por alas mariposas apenas tocadas en sus párpados nocturnos; por alientos que minan el frío junto a la evaporada alberca; por la foresta oceánica deslizada antes del desfallecimiento. Encontrar refugio inmenso cobijado por algún perfume acertado y, luego pensar que todo es un sueño.
II
Ha pasado un día, y desde que amaneció, contempla el domo. La tormenta angustiosa, le ha traído terribles pensamientos. Sabe que volverá, que moverá los hilos de su cuerpo, y su voluntad será otra vez desplazada, hasta ser escupida violentamente, para tan sólo saber qué sucedió a través de las páginas húmedas, en el diario de Ella. No permanecerá mientras, no sabrá de nada; se perderá de todo rastro, no vivirá lo que tanto anhela aún, de que sus nervios sí lo hagan.
Sabe que para desear y perpetrar las almas, es vital la ausencia de clemencia de Emmeleia. Maldice su condescendencia, porque doblemente inútil, no la ha probado al intentar amar. Cuántas veces más tolerará la violación onerosa, en amasiato de indóciles crónicas, ardientes en celo, provocadoras de envida.
El que envida destruye, dice la máxima de Klein. Pues entonces, Eris destruirá, meditará en el ocaso por enfrentar al método. Primero envidió a los hombres por comisión, resbalándosele por darse cuenta de la contrafobia de su padre. Quizá allí está manifiesta la condescendencia misericordiosa por la estupidez agresiva de Aquél. Quiere ser mujer, pero no precisamente la que duerma.
Sabe que existe un desencadenante, que hay una mano negra que la arroja al abismo para que surja Ella, esperará sangrante ese momento; el filo brillante que sostiene en sus manos, es un preludio que le dará el valor total. Otra vez, presiona sus ojos, mientras compone un majestuoso himno por la ansiedad, con masivas líneas corales oscilantes en mesticia, conmocionada hasta el apasionado abatimiento. Oh onírico y precioso crescendo de la locura. El llanto será trascendido, retratado iridiscente, en cada pupila por un arcángel victorioso en la rebelión de lucifer. Luego vendrá, tal vez algún diablo de alas extendidas, a dar final toque, majestuoso y genial, a sus ojos. Emmeleia ya no vendrá a invadir su cuerpo, ahora las dos dormirán para siempre.
Siente la mano paterna extendida, que toca el cuello erizándolo, sabe que el momento ha llegado. Ante una mirada perversa y cansada, ofrenda el cuerpo, liberando las almas.
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