6 de octubre de 2006

Valhala No Existe

Lars Sternejoft sabía muy bien que la vida es sólo un gran valle de niebla; un mar destinado a recibir los heroicos pies que puedan flotar sobre él. Nada le hará perderse en la niebla. Lo guían el filo del hierro y la madera punzante. La gloria es la exquisita amante. En el pecho guarda una flor para la muerte.

La anterior noche, sobre el pequeño estanque del acantilado, observó su pálido rostro. Memorizó de él, lo que la luz del plenilunio le permitió en amarillento velo. Fue un momento de anhelado sobresalto; las horas de deleite y anterior gloria, tuvieron un sabor de tormenta; un olor de lodo de la montaña. Todo condimenta el perfume de la madera del skuta. Navega desde Nord Norge hasta el Vestlandet. Nunca antes sintió como ahora, el antiguo presagio de la mariposa hacia la flama.

Cuenta su más anciano padre, que el vino es exquisito en la sala de los muertos; porque la garganta es como la piel del árbol más joven, ávida por libar el placer que alimenta. La sirena que un día le cantó sobre el aire, de aquella aurora violenta, será su amante sobre las cortinas del Valhala. Nadie sabe si será frío o caliente, el lecho donde la espada guerrera lo empuje. Pero, Lars es un iluminado por la certeza, de que antes que su cuerpo reconozca el último ósculo de la tierra, estará más allá del hielo cósmico. Hacia el Ragnarok

Antes que él, lo esperan, todos los que le sembraron ansia de guerra. El furor en grito frenético, que emancipa arrasando, desde los bosques, hasta el horizonte acuático. Besará en placer mortual, el anillo de Odin; y por destello iracundo del poderoso mjollnir de Thor, se hará esplendoroso el poder del draupner.

Por fin, el puerto está a la vista. Un grito en la proa enciende el corazón, pues los esperan en la costa. El enemigo es descarado; el frenesí del Maelström es inherente al hombre del norte. Lars nunca ha tenido miedo, no existe palabra que lo signifique en su vida y en sus cantos. Entonces, ¿por qué una helada serpiente le acaricia la espalda?, será un espíritu ignominioso quien le seduce ¡para no danzar con la espada!

Aún así la voluntad arquetípica es más fuerte. ¡Y sabe!, que no existe más placer que, de la gresca, recibir la muerte. Baja, empuña el metal y se mimetiza. Su pecho contiene su vida entera. ¡Oh, por Odín, si son, ustedes enemigos, el eminente gozo que me mate, sean dignos de recibir la misma gloriosa suerte!, Lars sabe el significado de estar vivo. Y en un ardiente soplo, de una maraña de cabellos rojos; recibe puntual, el laurel último, y la llave a las puertas donde moran sus arcanos.

Muerto así, Lars Sternejoft, por la maza del enemigo hermano; espera abrir los ojos y ver alguna Valquiria. Los tiene abiertos. Un perro bermejo le ladra. Con terror y desconcierto, un majestuoso espectro descarnado, desnudo en huesos, le mira sardónico. De las sombras que cubren el sitio -donde se escucha un río-, a su lado, aparece un hombre de piel roja. Nunca antes en su vida mortal, vio alguien como aquél. El perro saluda al hombre y con pánico neófito, escucha una palabra que penetra hasta sus entrañas, de humo. La voz clama: ¡Mictlantecuhtli!

J. Santiago Silva G. Astrapé N.

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