16 de octubre de 2006

Compañero del espiral nocturno

“Quería soñar un hombre: quería soñarlo con integridad minuciosa e imponerlo a la realidad”
Jorge Luis Borges
Las ruinas circulares

“Nothing escapes, not even light
beyond the mystical horizon
we surrender to its might
gazing into the eye of the universe”[1]
Arjen A. Lucassen
Flight of the migrator


Xetrov pensó entre su lapso de vida, en la existencia de un ente surrealista. Dentro de sus inquietudes abstractas, leía en las formas geométricas, nulas esperanzas de vida ulterior al poder del remolino. La nebulosa en el cielo, era arrasada por el egoísta ojo negro. Él aspiraba cuanta sabiduría podía de los conglomerados del conocimiento. Sonreía por sus pensamientos, mientras los vientos cargados de cristales de hielo le estremecían sus filamentos. En verdad, el cielo era un espectáculo digno del perpetuo éxtasis que padecían los semejantes de Xetrov. Vivir bajo el evento cósmico, bajo el engullimiento de la titánica nube multicolor, sacudía la consciencia más tibia. Esténtor, quizá cincuenta y siete octavas más grave que Do central, era el tono ciclópeo de su presencia. Tenía el instinto de morir en el abismo sideral; algunos lo tenían sembrado aún más: desde hacía edades arcaicas, otros, aceleraban, o definían de forma ritual, su curso al viajar al centro del caos, en naves poderosas tan sólo, para resistir un poco la inexorable transformación. Pero ahora él disfrutaba imaginar a ese ente, a una distancia relativa de los gigantes al estar lejos y fuese igual de insignificante que él. Porque sabía el significado de ser esclavo irremediable de la inmarcesible soledad que, irónicamente, emanaba del agujero hambriento, «¿no todo lo tragaba? » Para aliviar su abandono, quería ejercer su reacción ante la impotencia creando en su fértil mente. Pero «para qué inferir de las frustraciones, cuando la muerte o la transformación son eminentes». Aquel ente surrealista debía perecer igual que él. Sin embargo, estaba sólo, y únicamente dentro de su núcleo, le era necesaria un alma a la cual transferir sus emociones descarriadas.

El espacio estelar, le era un padecimiento inútil. Los grandes huecos entre luz y materia sólida, hacían comprimiese su centro de pasión y luego lo sublimase a lo inefable. Y qué poder decir cuando aparte del evento cósmico nada era más hermoso y malvado. Había mucho que representar con su lenguaje sobre la excelsitud inasible, pero sí arrebatante, del magnífico cielo coloso. Él es ya un anciano, todos sus amados ya sin la esperanza han fenecido. Desde infante, cantaba con sus hermosos sonidos al gran devorador. Las melodías que desde sus emociones se expulsaban gustosas, eran intensos himnos llenos de matices y tropos oníricos. Su don hacía insistente reverencia, a la vez que por dentro su alma se agravaba por la amargura de conocer que desde allí vendría la destrucción. Representaban en esas eufonías, la desdicha ante el monstruo cuando era más fastuoso en el horizonte. Su ocaso era equidistante a su sol. Los padres de Xetrov le decían de una secta arcaica, encargada de inmolar a los suyos y preservar el espectáculo celeste ciclo con ciclo. Ignaros seres, pero valiosos al contactar la inteligencia poderosa de la raza, aunque fuese ésta, epítome de su desesperanza. Los miembros residuales de aquella secta, son los que se entregan al insaciable de forma ritual.

El sol más cercano no está visible, y se siente solo e inspirado. Los porqués saben a melancolía. La inquietud de volar a otro mundo se ha ido. Aspira complacido al decir letanías de agradecimiento por la capacidad de imaginar en esa noche junto a la orilla. Una de sus letanías, habla acerca de la Imposibilidad como uno de sus estigmas innatos. Que la imaginación, le da la ilusión fútil de creer traspasar toda posibilidad. Su ego es sensorial, por lo tanto trascendente, ya que sabe Xetrov de la existencia de la Imposibilidad cuando supo que sus padres lo guiaban aún después de haber emprendido su viaje mortuorio y, eso no lo puede imaginar, simplemente lo sabe.
En ese momento sube a la plataforma de meditación y observación telescópica. Al instalarse, decide aumentar su imaginación con una sustancia. Al multiplicar las posibilidades así, se acerca más a la ilusión de dilucidar con una imposibilidad.

Desde allí arriba la vista es imponente. Los fenómenos agrestes en la lontananza de su mundo, murmuran fuego y pareidolia[2] con brumas de gases. La sustancia es poderosa y modifica su percepción rápidamente; de las formas geométricas leyó que es esencial para la existencia, escalar con sustancias los receptores de la realidad para rendir pleitesía a la misma sustancia en sí, por sus favores ontogénicos; además, ésta ha sido honrada al ser perfeccionada a través de los brumosos eones. Su cuerpo se estremece al agudizarse, y trata de contactar su quintaesencia.
Le es preciso llorar por todo el tiempo de su existencia. «¡Qué minúsculo es todo!, viajando en un absurdo devenir de instantes condenados a la privativa poesía de algún ente omnipotente. ¡Por qué no dejar de pensar en una esfera!, aquella que contiene todo y se ahoga ella misma, se evacua hacia dentro, por la furia de los alfileres divinos. Arquetipo cruel, imagen colérica que atosiga fatalista ¡Ni siquiera aún es minúscula la esfera!, la idea del átomo, del instante, resultan ridículas». La esperanza substrae una idea de lo infinito: «el renacer ».
Al oráculo astronómico de aquella jornada le justificaban puntualmente los meteoros que curvaban el espacio. «Lágrimas hecatombes de frialdad». Xetrov siente el titánico peso de su tristeza, como si tuviese que cargar con la ira de un dios pagano.

El trance previsto se aparece sutil en las inmediaciones de los estratos más altos de su subconsciente. Ahora su llanto será por todo el cosmos. Pero, no está diseñado para emanar tanto sentimiento elegiaco. Sabe que hacia la declinación del ciclo de vida, una de las alternativas es ser atravesado por la idea de lo transitorio, de lo agónico. Y él sabe que el universo deja ver su agonía en pequeñas dosis, para que un ser como él pueda asimilar su enorme desgarramiento.
No debe imaginar rasgos pues la inalteración fisonómica es uno de los dogmas; el cual reza “el rostro es obcecación al conocer el espíritu, lo creó el maligno para propagar la confusión”. Xetrov, a pesar de que en su juventud, buscando el respeto e identidad, negó intelectualmente tal concepto, ahora le permite avanzar más allá, la elucubración de su anhelado ente imaginario.

El Ente tendrá nombre mediato; las características se lo darían. Él estará lejos, quizá en las inmediaciones de la galaxia. Su estado será de imperturbabilidad, contemplado igual el negro cielo. Tendría que padecer el mismo éxtasis por lo efímero de su vida y por lo inalcanzable del cosmos. Al final, «¿qué ser mortal puede abarcar todo universo?»
Entre la conmoción de los cantos rituales que venían desde la ciudad, se volvían más certero el temperamento del Ente. Dejando suavemente de ser hipérbole para convertirse en intrincadas texturas de energía, suplicadas por la llameante soledad. Sería por defecto, ambiguo; un navegante de emociones entre los picos altos o hundidos de los infiernos de sus impulsos. Vigoroso, capaz de enfrentar la languidez, al tiempo que por una infinitesimal pizca de locura desviase su complicado centro neuronal, para ser escindido cual hielo surcando el espacio. Pero no lo quería tan frágil, le daría fútil arrogancia para que creyese que todo podría ser próximo a su entendimiento; y así protegido no le causase congoja los abatimientos de su naturaleza finita. Porque para ser su compañero, tenía que morir también. Su pulso era aceleración de la eutanasia que sabía, le iba a producir la droga. Por momentos creyó que esta empresa era producto insano del deterioro de su cordura. Pero era más grande su soledad y continúo.
Otro rasgo fue la irascibilidad, porque quería que un temblor acompañase su ansiedad ante el ímpetu de poseer la idea de la inmortalidad. Además, lo haría reflexivo para que dilucidase quizá «oh, tan sólo quizá», la posibilidad de estar siendo imaginado. Xetrov, de pronto se sintió malvado y en un arranque de compartir su impotencia ante lo que no podía dominar, le otorgó en sus creencias, la esperanza, para que tuviese oportunidad de ampararse con ella en un tornado de locura, cuando la reflexión le pareciese sombría y atosigante.
Lo haría cualitativo de alegría, pero sólo propenso a ella, para que la supiese buscar en lo más nimio y que le diese paz como lapso de asimilación y comprensión. Entonces la arrogancia primera sería borrada por la sabiduría.
Así continúo Xetrov, embriagado por la cercanía del Ente y el poder enteogénico de la sustancia ingerida. La noche iba a terminar y su ciclo también. Le atribuyo más formas, algunas banales y absurdas, otras fatuas y ostentosas. Ya el delirio dominaba su ingenio. Sin embargo, decidió continuar hasta que su entelequia se difuminara en un sueño. Por la decadencia de su cuerpo sintió dolor, y lo recordó como su último regalo. Mas, se sintió injusto y para mitigar a su compañero le dio el alivio de poder ser espiritual.

Le obsequió visión subjetiva para contemplarse en posición relativa al universo. Lo imaginó así, rezando ante la costa cósmica; sintiéndose solo, más que ello, ignorante. Que no supiese por su aislamiento que podía ser uno de tantos. Que la soberbia fuera compensatoria cuando fuese incipiente de espiritualidad. Ahora, ya no se sentía injusto, una caricia de maldad le era otorgada al Ente. «Un sueño dentro de la soledad, mientras más consciente sea, más pululante le será». Sin embargo, le quiso dar una forma de escape de conocimiento casi poético: que se disipase su materia paralela al sol que lo alumbrase. Mientras en forma de luz aparente, sentiría en sus receptores, otras partículas hermanadas, de materia muerta eones atrás. Posiblemente en un futuro, existirán otros entes distantes que lo observarán sin saberlo, junto a un cuerpo celeste luminoso. Tal vez serán igual que él: unos soñadores que suspiran al noctívago cielo; mientras tales suspiros se aúnan otra vez, a las líneas de luz que desprenden sus soles más cercanos.

Quizá de lo espiritual le ocurrió a Xetrov, que debiese el Ente tener una fuerza alterna. Un generador de pulsaciones intensas que lo incitaran a sentirse incompleto. Recordó un estudio antiguo que leyó durante una temporada de penumbras. Al hacerlo una carga eléctrica le fustigó con imperante violencia. Aquella fuerza sería ambigua, pero daría la ilusión de ser positiva, por lo tanto, sería impulsora de actos. El principal: percatarse por defecto de su soledad y tratar de compensarlo, quizá mediante la irracionalidad, es decir, conteniendo esperanza. Aunque algunas veces, lo haría con nobleza, tan sólo por el hecho de cuidar, de respetar, de alimentar al otro, sin interés alguno y tal vez, se sentiría así redimido y trascendente, pero al ser efímero sería una pequeña ilusión, relativa a la proporción histórica de su raza ante el cosmos. Cuando aparentara ser negativa, al no tener alternativa de unión, la irracionalidad tendría forma de autopunición.
Una alegría malsana ahora le impulsaba en su imaginación; era la ironía. Pues el sentido de existencia del Ente estaría basado en no asimilar su lugar en el universo, su asilamiento, y tratase de unirse a otros mediante la fuerza alterna. ¡Casi como Xetrov! «Todo en un principio explotó, todo se separó, ahora, ¡el gran Ojo negro nos unirá! a qué costo. »

Doliente, rasgándose en agonía, toma consciencia de que el Ente es todo lo que quiso ser, que tan sólo fue una dramática inferencia hacia el final de su existencia. Ahora, el ser será engullido por el agujero negro, incluido en el ideario de Xetrov, quien inerme yace, sin anhelo. Quizá dentro de un cosmos finito de posibilidades, sacando una última inferencia, lo llamase de manera grotesca, pudiese ser su nombre: «humano».

J. Santiago Silva G. Astrapé Núctes

[1] Nada escapa, ni siquiera la luz/ más allá del horizonte místico/ nos doblegamos ante su poder/ cautivados en el ojo del universo.
[2] Alteración de la percepción donde se proporciona una organización y significado propio a un estímulo ambiguo.

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