6 de octubre de 2006

Sol Mañanero

Agustín baja a caballo, enfurecido. Sólo en la bestia puede sortear el camino, o la carretera federal como le dice el desgraciado Julián Palazuelos. Tiene razón Agustín en mandar al carajo su troca nueva; por más que se plantó con ella enfrente de la casa municipal, como en las manifestaciones capitalinas, no pudo hacer nada para que se lograra su propósito. Fueron varias las ocasiones que por poco mata al ganado de Don Tiburcio, o Don Piporro, como le dicen los más rasposos. No podía ver nada. Nunca podía ver nada. Sólo varios haces de luz que hacían le hirviera el pozole mañanero que le servía su Vieja. Pero qué coraje. Juntó varias firmas con todos lo vecinos que usaban el camino recién hecho y, que por puros calzones del mentado Julián, se tenía que usar para ir al pueblo. Pinche camino, vino a partir la madre. Los demás caminos fueron obstruidos con bloques de cemento por el susodicho. La verdad, sí da coraje cuando uno lo piensa. Cada vez más. Si no se hubiera corrido el rumor de que se metió con la hija del Cura, a lo mejor, sí le hubieran hecho caso. Al contrario, le fue tan mal; se le nota desde lejos, que no tiene una oreja. Cuando me acuerdo que Agustín feliz de la troca, le importaba nada cómo estuviera la carretera, lo que quería era estrenar el asfalto y meterle hasta al fondo. Ahora todos lo recuerdan por lo ridículo que se veía sosteniendo, arriba de su troca, un letrero malecho que decía: “Queremos que no cale tanto el sol de frente en la carretera”. Hasta a mí me dio risa. Creo que cuando los que firmaron, vieron el letrero, se arrepintieron de haberlo hecho: Habían sido convencidos por otras causas. Así duró varios días, era tanto su coraje, que se dormía en la troca y dejaba su letrero afuera. Muchos le decían, “¡Pon el parasol güey!”. Pero, a Agustín se le notaba lo decidido en la cara. En realidad, un día me platicó en la plaza, quería que cambiaran la carretera por donde no saliera el sol. En una noche los Rurales le bajaron el aire a las llantas y le rallaron la troca. Yo digo que fueron los Rurales. Quién más. Bueno, aparte de la hija del Señor Cura, sólo ellos. Cuando se despertó fue y, más enojado, cortó unos árboles él sólo; y los atravesó en la carretera. Fue un tremendo relajo. Los Rurales lo buscaron todo el día hasta que lo hallaron para meterle la debida madrina. Creo que lo dejaron encerrado varios días. Cuando se apareció ya no traía la oreja. Pero, Agustín es el más terco que he conocido y se fue a la capital del Estado. Hasta salió en los periódicos. Pero su noticia no era de primera plana, más bien era como la nota curiosa. Fue tanto su mitote que le volvieron a dar una calentadita, pero esta vez se la dieron con unas muchachas bien buenas. Parece que esto último le dio más fuerza para seguir con su causa. Lo más curioso era que siempre cargaba con su letrero jodido, pero cada vez más adornado con pegotes de fútbol. Hasta que un día le metieron a unos balazos a su troca, que aún, con todo y protesta, la traía por el camino contra el sol. Un día sí mató un borrego gordo. Por eso le dieron los plomazos, porque sabían que sólo él, era el único atarantado quien no sabía manejar en contra del sol. Desde entonces, se asustó tanto que anda a caballo. Me lo compró ayer. Ahora sigue bajando. Está a punto de cruzar la carretera. Se detiene un rato muy largo antes de cruzar, lo que no sabe, es que el caballo nomás no pasa la mentada carretera. Ni a madrazos. Por eso se lo vendí.

Yo lo miro, tumbado en un árbol, y pienso, que es más fácil para Agustín, que el sol saliera por otro lado, en las mañanas.

J. Santiago Silva G. Astrape N.

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