11 de julio de 2013

Abismo


A quién quieres ver, al hombre que en su discurso cree elevarse cuando sólo flota. El que sabe será abandonado cuando el destello desaparezca, y el ideal se desdibuje lavado en granizo, en distancias cansadas, en lo noctámbulo de la alucinación. Para luego implosionar en carcajadas mientras duerme, nuevamente. Es natural que sepa su abandono. Tiene ese halo que encandila. Esa órbita que cierra el entrecejo. 


Ese hombre explora sus motivos, queriendo no disiparlos. Sabe además, la futilidad que mueve sus dedos. Eso lo deprime por un momento, para luego seguir acariciando el flagelo. Porque desearía gritar, abrir sus carnes, y ser explorado. Que alguien habitara por instantes su oscuridad y vertiera bálsamos tan ansiados en la herida. 

Ese hombre ha movido neciamente sus filamentos, conscientes, acumulando lágrimas y dolores ajenos. Su mirada es diagonal, afilando la certidumbre de sus actos. Desnudando sus premeditadas alegorías.


La certeza lo hunde y redime. Lo abraza, mientras le destroza su débil y patética vanidad, le alecciona mostrando un tierno camastro. Contempla, y trata de aprehender la naturaleza de lo efímero.  Mientras sabe, encogido sabe, la exégesis de la atribución. Ya no lo mirarás, y deseará tan sólo haberlo disfrutado. 


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