10 de marzo de 2008

La Fuente y la Media Luna

Luego de varios días de catatonia, de ideas hormigueantes que bullían en mi cabeza, inmovilizándome aún más. Por fin puedo decir algo de dos filmes significativos para mí. Luego quizá podré decir algo también de la película La vida de los otros (Das leben der anderen) o del Good bye, Lenin!, en total fueron 4 filmes continuos que un tanto apartado disfruté.


De estos dos, La Fuente de Darren Aronofsky y La Media Luna de Bahman Ghobadi, encontré cierta relación de la cual quiero desbocarme. Por el director de la Media luna, descubrí la intención expuesta en la película, paralela al Réquiem de Mozart: lo Inacabado, en su caso por frustración. En La Fuente, Inacabado por dejarlo postergado.




Mamo, el músico anciano Kurdo, que alucinando a la muerte que jala su ataúd por las montañas de la frontera, todavía siente la pasión por la música, y decide interpretar su réquiem en tierras iraquíes. Admirable patriarca, que sobre sus hijos, viaja hacia la Muerte, con el deseo de cantar antes de ver sus hermosos ojos entre la nieve. Las similitudes con Las Tortugas Pueden Volar se dejan ver de vez en cuando, sobre todo con el entrañable personaje de Kako, -símbolo de la tragicomedia- conductor del camión, en cual se sucede la acción. La historia de Mamo, es la de una sublime obsesión, la última, que lo impele y arropa ante el fin. No importa cruzar fronteras turcas, iraquíes, hostiles, oníricas, mortales; el camión viejo, serpentea entre esas líneas y esperan llegar a un destino que se desvanece aún más en la mente del viejo músico patriarca.


Malos presagios abundan en las montañas, cantos hermosísimos en el pueblo de las mujeres que entonan al unísono, y de ellas una mujer, Hesho, la de la voz angelical y mirada tan triste, que se resiste a acompañar a Mamo en la última elegía y termina por desvanecerse. El camino cada vez encuentra más paraderos involuntarios; se posterga el destino y aparece la alucinada Muerte, Niwemang, o tal vez una simple guía; tan bella sirena del desierto y luego de la nieve, que da la fatal esperanza al anciano compositor y lo lleva presuroso a cumplir su cita en aquel ataúd de madera. Pero, al fin, el sueño se cumple, o al menos es delirante y satisfactorio, él recibe el cariño del público al interpretar su réquiem recostado en su tumba nevada.

La violencia es vencida, la guerra, las fronteras, la represión, el canto apagado, los instrumentos rotos, la falsa tierra prometida, aunque sea en la sonoridad del alma. Niwemang no puede decir la verdad, y tal vez con una extraña clemencia le da ese regalo mortuorio, al dejarlo abandonado en la montaña blanca. La música de escalas menores, olorosa a especias y licor añejo, cual campo magnético, atrapa al cuerpo y lo estremece mientras tanto; los Kurdos, saben que esa música es su último bastión de cordura y amor por la vida.



La otra cinta, tan incomprendida tal vez y vilipendiada, hablaré pasando por alto sus inconsistencias históricas y su atrevimiento de mescolanza místico nada más. El ritmo es lento, es verdad, con instantes repetidos igual que la música, pero como reconoció Tarde, la repetición provoca sensaciones hipnóticas, Buñuel gustaba de usarlas para crear ese efecto. La segunda vez que la observé, todo tomó dimensión. Ella desde su situación, se desprendió de la ilusión de inmortalidad, él se aferraba a la vida, posiblemente engañándose de practicar un amor ulterior, siendo que tenía miedo a quedar solo y sufrir. Ella, pensaba trascender la muerte en una semilla que quizá sería un árbol que la transportaría viviendo aun, transmutada, hasta otras eras, otros lugares quizá. Sabía que su muerte podía dar vida, de cualquier manera, en ese caso, al servir de motivación sagrada para su esposo al investigar los tumores en el cerebro. Había comprendido de manera tácita que los mayas entendían la muerte como sacrificio por la vida posterior, y que Xibalba, nebulosa moribunda, era un símbolo a la vez real y soñado. Mientras fuésemos absorbidos por un agujero negro, la materia esencial era colectiva en el universo.

La voz de Isabel reverberaba con la consigna, terminar la obra conjuntamente, la fantasía épica del supuesto conquistador español que habla inglés. Terminar. Hasta que lo hace, o desde que decide hacerlo, comprende lo que es el desprendimiento, el aceptar las decisiones ajenas, el superar su ego, y sacrificarse por la vida ajena. Es allí donde es más difícil aceptar que puede no ser una ficción por la gran mayoría, cómo dejar morir al que así lo quiso, cómo morir por alguien cuando nuestro ideario por la muerte es visto desde un proceso narcisista, nuestros miedos por lo tanático son exclusivos y su desplazamiento igual.

Otra vez la música, de Clint Mansell, es precisa. Ulver me vino a la mente por instantes, luego Lana Lane, Nosound, Godspeed for you black emperor y otros más, en sus momentos más introspectivos. Las notas aún de ser pocas relativamente, son asertivas y se anclan a las imágenes singularmente, una primera escucha lo delata, una segunda lo refuerza y continúa ese ambiente sugestivo del hombre que viaja hacia la nebulosa en su esfera.

Puros símbolos, confío en que sean interpretados acercándose más a la fuente. Que no sean vistos con ceguera del significado, liberándose de una percepción plana y superflua, y no se tenga miedo a ser subjetivo ante los demás.

Lo inacabado, simboliza de alguna manera, la restitución de la parte que Sí, está hecha, aún de no tener colofón, y al final de cuentas, qué mejor fantasía por la inmortalidad.

1 comentario:

Anónimo dijo...

tu blog es bonito hahahah