La frialdad
De las tantas caras que tiene, la que más me atemoriza es la que viene vestida de blanco, a veces de azul. Se rodea de azulejos o acabados del mismo color, que extienden aún más su temperatura o, de paredes tristes y despellejadas. Pero no es precisamente el lugar, sus utensilios y artilugios platinados, su aroma a éter, su equipo avanzado o tercermundista; sus estanterías llenas de frascos o cajas, su camas incipientes: austeras o lujosas, nunca son suficientes; sus batas para influir respeto y asepsia por doquier. No, eso no le da ese vacío y sabor a fatalidad e incertidumbre.
Son algunas personas que lo cohabitan. Quienes reflejan en su cara la conformidad, la aceptación de una tarea que pocos aceptarían. La lejanía por sanidad mental. El cansancio primero justificado por una causa humanitaria, luego económica, luego funcional. La transformación en sujetos blindados ante el dolor, la muerte, la desesperanza, la certeza del final, de lo irremediable, de histerias, hipocondrías.
Ante todo, es necesario ponderar su labor, entender que la cercanía ante lo que otros evitan, los coloca en una postura encomiable, que al final, la solidaridad opera en ellos en niveles dispersos.
La frialdad se entiende por el nivel de eco de sus pasos. El eco es dentro de su alma. Han desarrollado la habilidad para ser mensajeros de la muerte. Aún de que quizá, algunos no terminen por transmitir con prudencia el dictado o por tantas veces hacerlo, aquel eco resuene aún más y los haga ver un tanto despiadados.
De pronto están simplemente trepados en un podium que suponen excelso, sublime. Nosotros simples mortales, condenados al dolor y ellos a curarnos, no podemos más que seguir sus discursos de salvación. Algunos debo decirlo, son sinceros y otros mejor todavía, son dichos al mismo nivel, con la empatía necesaria para que nosotros nos sintamos comprendidos más que curados.
Mientras, seguiré consternado cuando observo el reflejo de no sé que abismos en su rostro. Su exótico poder de tratarnos objetivamente y no dejar que los perturbe nuestro dolor. Un don asombroso de poder olvidar que también ellos necesitarían consuelo.
Son algunas personas que lo cohabitan. Quienes reflejan en su cara la conformidad, la aceptación de una tarea que pocos aceptarían. La lejanía por sanidad mental. El cansancio primero justificado por una causa humanitaria, luego económica, luego funcional. La transformación en sujetos blindados ante el dolor, la muerte, la desesperanza, la certeza del final, de lo irremediable, de histerias, hipocondrías.
Ante todo, es necesario ponderar su labor, entender que la cercanía ante lo que otros evitan, los coloca en una postura encomiable, que al final, la solidaridad opera en ellos en niveles dispersos.
La frialdad se entiende por el nivel de eco de sus pasos. El eco es dentro de su alma. Han desarrollado la habilidad para ser mensajeros de la muerte. Aún de que quizá, algunos no terminen por transmitir con prudencia el dictado o por tantas veces hacerlo, aquel eco resuene aún más y los haga ver un tanto despiadados.
De pronto están simplemente trepados en un podium que suponen excelso, sublime. Nosotros simples mortales, condenados al dolor y ellos a curarnos, no podemos más que seguir sus discursos de salvación. Algunos debo decirlo, son sinceros y otros mejor todavía, son dichos al mismo nivel, con la empatía necesaria para que nosotros nos sintamos comprendidos más que curados.
Mientras, seguiré consternado cuando observo el reflejo de no sé que abismos en su rostro. Su exótico poder de tratarnos objetivamente y no dejar que los perturbe nuestro dolor. Un don asombroso de poder olvidar que también ellos necesitarían consuelo.
Fotografía tomada de la galería de no3rdw
2 comentarios:
Qué curiosa coincidencia, prendo la tele y pasan la película basada en Hunter "Patch" Adams.
Los de la iniciativa privada son con$$entidores y amable$$, pero hay de ti si caes en manos del Sector Salud.
Bien feo todo :(
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