23 de julio de 2007

Vulnerable



Llorabas sobre mi hombro y yo, no sabía por qué. Hacerme pensar que lo podía saber, me daba camino hacia ti. Pero en verdad nunca supe con buena certeza por qué.
Habías reído tanto esa noche, te sentías feliz, pensé que lo estabas. No importaba que momentos antes habías sugerido que me alejara. La persistencia es un ariete emputecido y, avanza a través del orgullo, de la cordura, del desamor; de ese tipo era el que yo contenía. Pero lloraste, y me sentí elegido al poder consolarte. Es verdad, nunca te pregunté el por qué, esperaba, me lo dijeras tú –y así fuera único el momento-, mas cedí por fortuna a mi egoísmo, y te seguí acariciando el pelo. Te sentía tan frágil.
Recibí tu dolor, tus trémulos suspiros, tu humedad bendita y te quise tanto. Tu cuerpo se sentía muy cálido, tu cuello níveo y terso, las lágrimas escurría por él y yo las esparcía cual bálsamo. Tu dolor tan entrañable, tan hermoso.
Era estúpido el preguntarte cualquier cosa, lo qué se ve no se pregunta, recuerdas?, ya las causas luego las sabría. Y cómo decirlo, si era una avalancha llena de culpas, de hubieras, de imágenes perpetuadas, de deseos frustrados, de locura por la soledad, de amor por la soledad. Lloré contigo, aún de que no te enteraste. Era de noche y tu cabello cubría mi pecho.
Llegamos otra vez a esa noctámbula ciudad, creo fue la única. Cualquier cosa la haría por ti, de eso estaba seguro. Tu dolor tan entrañable, tan hermoso, reflejado más tarde en mí.


2 comentarios:

Dacrux dijo...

Y sin embargo, nos ciega tanto nuestro orgullo que lo volveremos a repetir una y otra vez.

Anónimo dijo...

Carentes de imaginación nos quedamos callados, queriendo evitar el encuentro con la verdad de una tristeza que es probable venga dada por la falta de respuestas o la responsabilidad de un amor nomenos intenso que esta sensación.